CRITERIOS IGNACIANOS PARA LA MISIÓN


Al iniciar la preparación a la Asamblea os propusimos como instrumentos de trabajo y reflexión cuatro talleres:

Proponíamos, por tanto, un camino que intenta abarcar al máximo los distintos ámbitos de nuestra realidad laical, para incidir allí donde estamos insertos, donde desplegamos nuestra actividad, como hombres y mujeres de nuestro tiempo, como hombres y mujeres de la Iglesia. Se trata, evidentemente, de una aproximación a los campos de misión, en los que nos sentimos llamados a amar y servir en todo, a los que somos enviados por el Señor.

A todos nosotros, miembros de la Comunidad de Vida Cristiana, nos une, define y caracteriza una identidad común: la Espiritualidad Ignaciana; esta espiritualidad ilumina e inspira nuestra manera concreta de acercarnos a estas realidades que recogen los cuatro talleres propuestos, esta espiritualidad inspira y conforma nuestro modo de proceder.

Ahora, en el proceso de nuestra Asamblea, nos encontramos en el momento en el que estamos empezando a formular las conclusiones sobre las necesidades más urgentes y universales que detectamos en nuestro mundo de hoy y, por tanto, empezamos a tener una primera visión de los lugares a los que nos puede estar llamando el Señor a actuar. Estamos ya metidos de lleno en un proceso para "profundizar en nuestra identidad como cuerpo apostólico y aclarar nuestra misión común": que nuestra CVX, guiada por el Espíritu, proclame la Buena Noticia de Cristo en vísperas del tercer milenio.

Nuestro objetivo pues es buscar y hallar la voluntad de Dios en cuanto a la misión: ¿Qué quiere Dios de nosotros, ante estas realidades que estamos contemplando?

Es pues, en estos momentos, después de una escucha atenta, de intentar ver bajo la mirada de Cristo nuestras realidades en los temas de los diversos talleres, cuando presentamos los Criterios Ignacianos para la misión, orientadores de nuestro discernimiento apostólico para buscar y hallar cual ha de ser nuestra respuesta como cuerpo apostólico a las necesidades y a los grandes desafíos del mundo de hoy.

Antes de adentrarnos en los Criterios, quisiera primero que nos parásemos a contemplar de dónde nos vienen y por qué siguen siendo tan actuales.

Ignacio fue un hombre de su tiempo: vivió siempre plenamente inserto en la realidad cambiante del Renacimiento . Empezó siendo un hombre enamorado de la vida y de las promesas del mundo. Amaba la vida plenamente y asumía los riesgos de un hombre con ambición que deseaba gozar todos y cada uno de los momentos que vivía. Era asimismo un hombre de ideales, presto a servir y llegar a lo más alto del poder de su tiempo.

Esta vivencia profunda de la vida y el deseo (uno de los elementos clave para entender la espiritualidad ignaciana) de vivir plenamente inmerso en ella, no lo abandonarían nunca; el camino espiritual por el que el Señor le iría llevando le llevaría a vivir cada momento en función de lo que creía más adecuado para la consecución del ideal soñado. Finalmente ese ideal sería la petición de ponerse con Cristo, deseando ser admitido como servidor suyo y a buscar la identificación con Él para hacer la voluntad que el Padre le tenía destinada.

Siempre teniendo como marco la voluntad del Padre, Ignacio tiene un modo de encarnar y plasmar ésta ante la realidad que le toca vivir: preguntándose qué es lo más urgente y universal. Ello le llevará a recorrer miles de kilómetros a pie y le hará involucrarse en diversidad de conflictos; le llevará a fundar directa o indirectamente muchas instituciones que aún hoy siguen acercando la realidad del Reino a los más desfavorecidos de la tierra.

Ignacio vivió la realidad del Renacimiento en un mundo en completo cambio, con un emergente humanismo que planteaba un desplazamiento de los valores religiosos imperante hasta el momento, con una revolución "tecnológica" que hacia prevalecer y girar todo el universo entorno del hombre..

Ignacio aprendió a leer la complejidad de la realidad y "desarrolló" (diríamos ahora) una manera de responder a ella, una manera propia de discernir cómo y de qué manera responder siempre teniendo a Cristo como referente, siempre preguntándose cómo actuaría el Señor y en dónde.

Nosotros vivimos una época que tiene muchas semblanzas con la que le tocó vivir a Ignacio. Vivimos un mundo cambiante y globalizado, que a través de contínuos cambios y avances tecnológicos nos va llevando hacia un profundo desplazamiento de los valores prevalentes hasta hace bien poco, con una entronización del materialismo y del individualismo, con la economía como único centro alrededor del cual gira todo; un mundo que ha encumbrado al post-capitalismo como el sistema económico hegemónico.

Esta globalización tiene sus sombras, en realidad tenemos una mundialización mutilada, ya que no participan en ella grandes zonas del planeta, incrementándose aún más las desigualdades. A pesar de la aparente universalización de los medios de comunicación, el entorno e interés de los individuos se va reduciendo cada vez más, llegando a convertir al hombre en un ser egocéntrico al que sólo le interesa como mera información todo lo que no se refiera directamente a sus intereses privados.

Para entender un poco más la manera de responder a los retos actuales que Ignacio propuso y como él, intentando responder a lo que el Señor quiere de nosotros como cuerpo apostólico, os proponemos este recorrido a través de los criterios ignacianos para la misión. Criterios que darán a nuestra misión su impronta propia e inconfundible, que nos ayudarán a "seleccionar los ministerios y misiones particulares", que se inspiran en los ofrecidos por San Ignacio.

Estos criterios ignacianos de discernimiento apostólico, además de los Ejercicios, se encuentran sobre todo en la Autobiografía, como camino y proceso personales, y en sus cartas, en las que sugiere estrategias, define objetivos y propone medios para alcanzarlos. En las Constituciones de la Compañía de Jesús, S. Ignacio presenta sistemáticamente los criterios para la selección de ministerios

* El "Magis":

En cuanto personas inspiradas por la Espiritualidad Ignaciana, nuestra disponibilidad misionera no puede tener restricciones a un campo u otro de apostolado. Debemos estar disponibles en principio para todo, para cualquier cosa que no entre en conflicto con nuestro estado de vida y nuestras obligaciones primordiales en cuanto laicos (familia etc.…), debemos estar "predestinados para nada y disponibles para todo", listos para incluso movernos de un lugar a otro, de una a otra situación si Jesucristo y su Reino lo requieren de nosotros. O sea, el Magis que experimentamos en cuanto llamada a través de los Ejercicios y que asumimos en cuanto palabra de orden de nuestras vidas, debe ser igualmente el criterio fundamental de nuestra misión.

La identificación con la misión de Jesús crucificado que Ignacio vivió en la visión de la Storta le hizo totalmente disponible para desear hacer sólo la voluntad del Hijo que vive en comunión con su Padre y realiza por tanto su misión "El que me ha enviado está en mí" y María presente asimismo en la visión indica el camino a Ignacio y nos lo indica a nosotros haciéndose la pobre de Yahvé , poniendo sólo en Dios su esperanza, viviendo un estilo de vida pobre y sencillo abierto siempre al seguimiento de la misión del Hijo.

Nosotros repetimos en los EE.EE el fiat de María y deseamos imitar a nuestro maestro haciéndonos disponibles para todo.

*"El bien cuanto más universal más divino": El bien más universal, más durable

El segundo criterio deriva de lo primero. Si es verdad que el espíritu del Magis debe regir nuestra vocación misionera y nuestro discernimiento apostólico, el bien que buscamos con nuestro servicio, cuanto más universal, mas divino como decía el mismo San Ignacio (cf. Constituciones 622) Las consecuencias que saca Ignacio para la naciente Compañía en el texto de las Constituciones son aplicables igualmente para nosotros. Siendo el bien tanto más divino cuento mas universal, debemos preferir, al discernir y elegir nuestro apostolado, las personas y lugares cuyo aprovechamiento pueda ser causa de que este mismo bien se extienda a muchos más bajo su influencia. Por esto, no debemos -nosotros laicos- por miedo o timidez, resistirnos a asumir tareas de primera línea, cargos políticos que nos pongan en la línea de frente de las grandes cuestiones nacionales, regionales o mundiales. No debemos temer acercarnos a personas de influencia o que ejerzan funciones públicas. Donde haya posibilidad de multiplicar el anuncio de la Buena Noticia y hacer influencia sobre estructuras más que sobre personas , ahí debemos estar, con nuestra disponibilidad y nuestras capacidades, aunque siempre conscientes de nuestras limitaciones y haciéndonos ayudar por otros (nuestros asistentes espirituales, nuestros compañeros de comunidad etc.…)

Lo que es grande no debe asustarnos y hacernos replegar nuestro impulso apostólico en cosas menores. Todo es dignísimo cuando es hecho en nombre de Dios. Pero seguramente no es buen discernimiento elegir lo menor por miedo a enfrentar los desafíos de lo grande.

El mayor fruto Es de importancia extrema para nuestra misión la capacidad de multiplicación que un servicio apostólico pueda tener. Podemos tener ganas de comprometernos en un servicio buenísimo y lleno de méritos, pero quizás, si tenemos que confrontarlo, en discernimiento con otro, en donde nos será permitido alcanzar un número más expresivo de personas, éste deberá ser preferido a aquél. Por lo tanto, lo universal siempre en primacía sobre lo particular. Esto tiene importancia vital sobretodo en momentos como el que vivimos, en que la mies es tan grande y los obreros tan pocos e insuficientes. Así también lo más duradero en preferencia a lo episódico o momentáneo. Si se nos presenta una misión que tiene posibilidades de permanecer y ser duradera en cuanto al servicio que genera, seguramente es preferible a otra más momentánea y que tiene buenas posibilidades de terminar conmigo. O sea, se resume a mi persona y no puede ser legada en herencia a otros que la llevarán adelante y la harán crecer después de mí.

* La urgencia del servicio a realizar. La mayor necesidad o urgencia

Debemos igualmente tener en cuenta para la misión que el Señor nos indica como nuestra, la urgencia del servicio a realizar. En este sentido nos puede ayudar muchísimo tener siempre presente a la realidad social y los planes pastorales de la Iglesia local y Universal, a fin de poder efectivamente responder con conocimiento de causa a las llamadas apostólicas que llegan a nosotros en cada momento. El análisis social y cultural de la realidad, incluyendo sus aspectos religioso, social y político, con base en estudios profundos y especializados y un verdadero conocimiento de la situación son instrumentos indispensables para que nuestro discernimiento apostólico sea realmente eficaz. Estos medios caminan en estrecha comunión con los medios espirituales, como son la oración, el discernimiento y la orientación espiritual aprendidos en los EE EE. Sin embargo, la ausencia de un instrumental adecuado de análisis puede llevar a improvisaciones y amateurismos, que pese a toda la buena voluntad que pueda haver, lamentablemente no ayudan a un servicio de calidad.

Llegar adonde otros no llegan, estar donde otros no están

La misma capacidad de analisar la realidad socio-político-cultural cuya necesidad encarecíamos en el punto anterior, nos ha de llevar a descubrir donde las necesidades no se han hecho tan aparentes y visibles, o donde las dificultades han hecho desistir de intentar estar; o aún, donde la soledad o la desesperación nos llaman a dar testimonio de esperanza.

Nuestra misión, la debemos ejercer en un mundo plural a todos los niveles, inclusive el nivel religioso. Al sabernos enviados a anunciar el Evangelio, nosotros, cristianos laicos que vivimos en el mundo, tenemos que estar siempre más abiertos a y atentos a las exigencias del ecumenismo y del diálogo inter-religioso, aprendiendo a trabajar juntamente con personas de otros credos para promover valores y metas comunes, tales como la paz y la justicia. Al acercarnos al otro, con otra cultura, otra fe, otra religión, nuestra actitud debe siempre ser de respeto y atención a qué podemos construir juntos, como podemos dialogar fecundamente, aunque estemos siempre dispuestos y preparados a "dar razón de nuestra esperanza" y a no temer reafirmar nuestra identidad.

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Para que nuestra misión se vuelva cada vez más lo que tiene que ser, según el sueño del Padre de Nuestro Señor Jesucristo, tenemos que tomar en serio la necesidad de una formación sólida y profunda. No podemos contentarnos con poco también en esto. Para ser enviados por el Señor y su Iglesia a anunciar el Evangelio al mundo de hoy, tenemos que disponernos a prepararnos convenientemente y permanentemente. Esa formación es exigente y debe abarcar los niveles humano, espiritual, doctrinal, ético y pastoral. No podemos caer en la tentación de ofrecer a los hombres y mujeres de hoy, sedientos de verdad y escépticos en relación a toda mediocridad, personas poco capacitadas para la misión a la que son enviadas. Para esto, mucho nos tiene que ayudar la Compañía de Jesús, como ya lo viene haciendo desde siempre, y aún más.

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Finalmente un último pero no menos importante criterio: la colaboración con la Compañía de Jesús. La Congregación General XXXIV nos abrió un importante horizonte con el Decreto 13, que habla de la colaboración entre jesuitas y laicos. Si esto dice respecto a todos los laicos que se acercan a los jesuitas, nos parece, en cuanto Comunidad Mundial CVX, que nos incumbe de manera muy especial: Somos una asociación de laicos inspirada por la espiritualidad ignaciana. Tenemos con los jesuitas mucho en común, sobre todo una herencia que está en las fuentes de nuestra vocación : la experiencia de los Ejercicios. Se trata, por lo tanto, de una urgencia sentida consensualmente esta de que somos llamados más que nunca a trabajar juntos, lado a lado, compañeros de misión. Me permito citar las Normas Complementarias de las Constituciones de la Compañía, en su párrafo 306 & 2: "Pretendemos colaborar con ellos (los laicos) como verdaderos compañeros, sirviendo juntos, aprendiendo unos de otros, respondiendo a las preocupaciones e iniciativas comunes, dialogando sobre los objetivos apostólicos, dispuestos a prestar nuestra cooperación como consejeros, asistentes o colaboradores en las obras promovidas por ellos". El camino de la colaboración, sin embargo, tiene doble mano. Si a esto están dispuestos nuestros hermanos jesuitas, nosotros, miembros de CVX, tenemos que estar dispuestos a otro tanto. E incluso asumir esta mutua colaboración como criterio importante de nuestra misión hoy. Todo lo que pueda potenciar esfuerzos y iniciativas apostólicos, todo lo que pueda hacer la misión llegar más lejos y más hondo debe ser prioridad para nosotros en cuanto Comunidad Mundial CVX. La colaboración con la Compañía seguramente está entre los primeros rubros de esa prioridad.

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